PENTECOSTÉS FIESTA DEL ESPÍRITU SANTO
¿Quién es ese Dios en quién creemos? En el credo de nuestra
Fe católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en
el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, es la tercera Divina Persona de la
Santísima Trinidad. No son tres dioses, sino un único Dios que se revela de
tres modos distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el Espíritu
Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381).
Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles este
misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y
hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20, 19-23;
Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes
hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el
comienzo de la historia de la salvación hasta su consumación, pero es en los
últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación del Hijo en las entrañas de la
Virgen María, (Lc 1,26-38) cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando
es reconocido y acogido como persona. El Hijo nos lo presenta y se refiere a Él
no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar
propio y un carácter personal. Como el Hijo es la sabiduría del Padre, así el Espíritu
es el entendimiento del Hijo y del Padre; por el Don del Espíritu entendemos el
misterio del Hijo y por el Hijo entendemos el misterio de Dios Padre.
Cristo prometió que este Espíritu de Verdad va a venir y
morar entre de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor
que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo
no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él
permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 15-17). El Espíritu
Santo vino el día de Pentecostés (Hch 2,2-12) y nunca se ausentará. Cincuenta
días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron
transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe;
los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo. “En adelante, el
Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y
les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). De modo que, el Espíritu Santo
está presente de modo especial en la Iglesia. Ayuda a su iglesia a que continúe
la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia (fuerza) a los fieles
para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con
Dios y los demás.
El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos y a los
presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la doctrina cristiana, dirigir
almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos. Orienta
toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los
niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los
necesitados.
a) En el AT. En la cultura hebrea el Espíritu se conoce como
la Ruah (aliento) y en el NT. En la lengua griega se conoce como Pneuma es el
de aire, respiración, aliento; y puesto que todo esto es signo de vida, los dos
términos significan vida, alma, espíritu. Así pues, Espíritu es una realidad
dinámica, innovadora, creadora; es símbolo de juventud, de viveza, de
renovación.
En el Antiguo Testamento, la ruah va siempre unida a un genitivo de
especificación: “El Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas”
(Gn1,2). “Dios creo al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó. Macho y
hembra los creó (Gn 1,27). “Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego
sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y
vida” (Gn 2,7). Como es entenderse, generalmente va referido al hombre, a la
naturaleza, a Dios; estos significados están presentes indiferentemente en las
diversas épocas históricas. Cuando ruah se relaciona con la naturaleza, el
significado más ordinario es el del soplo del viento; cuando se refiere al
hombre, designa el aspecto vital, esencial del hombre: la ruah va ligada al hombre
como alma, espíritu, bien a nivel psicológico (sentimientos, emociones) o bien
a un nivel más profundo (centro de su espiritualidad). Ruah significa el
carácter vivaz y dinámico del ánimo humano (llamado también nefesh, en su
individualidad); ruah sería además la intimidad del hombre, algo así como su
corazón. El Espíritu, tanto cuando se refiere a
la naturaleza como cuando se dice del hombre, remite siempre, sin
embargo, a una realidad divina y misteriosa: por eso, la ruah es siempre ruah
Yahveh, soplo de Dios. Espíritu es la característica del mundo divino:
Lo físico es carne y sujeto a la caducidad, mientras que el
Espíritu divino es vida, fuerza, superación del tiempo y del límite (I Cor
15,47-49). Aunque en pocos casos el Espíritu de Yahveh, Dios recibe en el
Antiguo Testamento el apelativo de Santo (el Espíritu Santo). El primer diálogo
entre Dios y el mundo tiene lugar en la creación (Gn 1,2; 2,7); en efecto, él
da forma al mundo, dispone ordenadamente las fuerzas naturales, es creador de
los seres animados; al contrario, la muerte significa el retorno del Espíritu a
Dios (Stg 2,26). Pero el Espíritu es protagonista de la historia de la
salvación como guía y revelador (Is 11,1-3). Los autores esquematizan diversos
modos de la manifestación histórico-salvífica del Espíritu, donde podría
trazarse una línea divisoria coincidente con el destierro en Babilonia. Antes
de aquel suceso se pueden conjugar sucesivamente o de una manera
interdependiente una fase carismática, profética y real, y en el período posterior
al destierro una fase mesiánico-escatológica, que en ciertos aspectos recoge
también las fases anteriores. Hay textos muy importantes, como (Is 11,2), que
marcan cierto progreso en la evolución de la pneumatología del Antiguo
Testamento; los poemas del Siervo de Yahveh atribuyen al Espíritu, que era
considerado siempre como propio del Señor, al Mesías en términos personales,
individuales: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha
ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los
corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los
prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza para
nuestro Dios; a consolar a todos los que están de duelo, a cambiar su ceniza
por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y su abatimiento por
un canto de alabanza” (Is 61,1-3). Es decir, todo el Espíritu reposa sobre su
Mesías. El Espíritu le da al Mesías la función profética (proclamar el derecho)
y la real-carismática (traer la justicia y la liberación), Pero como el
mesianismo del Antiguo Testamento no está ligado solamente a la figura
individual del Mesías, sino que todo el pueblo constituye una comunidad
mesiánica, entonces el Espíritu de Dios se derramará sobre toda carne (Jl
3,1-2).
En el Nuevo Testamento, mismo Dios por el ángel Gabriel dice
a la virgen María: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del
altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti se
llamará Hijo de Dios” (Lc 1,35). Cuando Jesús se bautizó en el Jordán: “El
espíritu santo bajó sobre y se manifestó en forma de paloma, una voz del cielo
llego y dijo: Tu eres mi hijo amado yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Jesús
al inicio de su vida pública como hijo de Dios dice: “No crean que he venido a
abolir la Ley o los Profetas. No he venido, a deshacer, sino a dar pleno
cumplimiento” (Mt 5,17). “El espíritu de Señor esta sobre mí, me ha ungido para
anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). Jesús respecto a su audiencia
dice: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que
les dije son Espíritu y Vida” (Jn 6,63). Ahora, a ese espíritu que actúa por la
Palabra se vendrá y cumplirá su turno: “Si ustedes me aman, cumplirán mis
mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté
siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede
recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque
él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,15-17). Pero siempre que
cumplamos sus mandamientos (Jn 13,34). Jesús cumpliendo con el encargo del
Padre (Jn 6,38) y al final de su vida Jesús exclama: “Padre en tus manos
encomiendo mi espíritu y dicho eso murió” (Lc 24,46). Jesús resucitado y sin
reserva concede a sus discípulos el don del Espíritu: "¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
(Mt28, 16-20; Mc 16, 14-18; Hch 1, 8) Al decirles esto, sopló sobre ellos y
añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). Ahora, “en adelante, el
Espíritu Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi nombre les
enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,23).
Como es entendible, en los umbrales del Nuevo Testamento nos
encontramos con una fecunda identificación entre el Espíritu y la Sabiduría.
Cuando pasamos a considerar al Espíritu Santo en la revelación
neotestamentaria, hay que tener presentes algunas premisas metodológicas que
guían continuamente su lectura. En el Nuevo Testamento se habla del Espíritu
Santo siempre en relación con Jesús, el cual nos revela al Padre y nos revela y
da el Espíritu en abundancia. Por eso, el acontecimiento cristológico es un
acontecimiento pneumatológico, pero como el acontecimiento cristológico es
escatológico (Mc 1,14- 15), dado que el Espíritu Santo está siempre ligado a
Jesús, también el Espíritu es una realidad de los últimos tiempos, y el
acontecimiento pneumatológico es, por tanto, siempre una realidad escatológica:
han llegado los últimos tiempos, porque el Espíritu Santo ha sido derramado
sobre Jesús. Por eso Jesús es el hombre del Espíritu, el carismático por
excelencia; ahora da sin medida el Espíritu que recibió sobre toda medida y que
sigue descansando establemente sobre él. La suya es por completo una existencia
pneumática; y aunque la Pascua representa el acontecimiento central de la
efusión del Espíritu, hasta el punto de que antes de Pascua parece más bien que
es Jesús el que recibe el Espíritu, habrá que reconocer que, si de hecho el
acontecimiento cristológico es ya acontecimiento escatológico desde el primer
momento, la acción del Espíritu sobre Jesús y el don que Jesús nos hace de él
no son acontecimientos que puedan dividirse temporalmente.
El eón de Cristo se inaugura con la irrupción del Espíritu;
el kairós de Cristo es también kairós del Espíritu y de la Iglesia (aun
teniendo presentes los diversos acentos redaccionales-literarios de los autores
neotestamentarios). La relación Espíritu-Cristo podría comprender entonces,
según algunas opciones metodológicas de nuestros días, la lectura de dos
momentos distintos: Jesús recibe el Espíritu - Jesús da el Espíritu.
Considerando en primer lugar la relación Espíritu-Jesús, es preciso señalar
algunos rasgos particulares que definen su existencia como existencia en el
Espíritu:
- El bautismo de Jesús, vinculado con la bajada del Espíritu
Santo, representa una investidura, una capacitación: Jesús es ungido, es decir,
impregnado y poseído por el Espíritu Santo (Hch 10,38); el Espíritu reposa
establemente sobre él, permanece en él lo mismo que la Gloria de Dios
descansaba sobre la tienda de la reunión (Jn 3,34-36).
- El Espíritu está luego con Jesús en la lucha contra el
mal, para que él pueda liberar a los hombres del poder de Satanás, espíritu del
mal. El Espíritu es el protagonista de la obra evangelizadora de Jesús (Lc
4,141 5). El Espíritu es el motor de la oración de Jesús, la condición de
posibilidad de su relación filial con el Padre.
Pasando luego a considerar la relación Cristo-Espíritu,
aunque es evidente que ya el Jesús terreno está lleno de Espíritu, toda la
atención se dirige hacia la hora de Cristo como manifestación del Espíritu y su
entrega sin medida (Jn 3,34-36). La promesa de los ríos de agua viva que brotan
de su seno (Jn 7 37-39) se refiere entonces a su glorificación, donde la Pascua
es también la hora del Espíritu; en efecto, la muerte de Cristo que es entrega
de su Espíritu (Jn 19,30) se relaciona con la transfixión de su costado (Jn
19,34ss), donde la «sangre y el agua" recuerdan precisamente al Espíritu
Santo. El don pascual del Espíritu (por limitarnos a la perspectiva de san
Juan) se comunica también como don de la vida nueva a los discípulos para que
perdonen los pecados, en la formación de la fe pascual. Cuando se habla luego
de la relación Espíritu-Iglesia, las perspectivas se amplían más aún y tenemos,
además de la visión de Juan, la visión lucana de los Hechos de los apóstoles,
donde el Espíritu Santo es el artífice de la Iglesia y el gran director de la
misión evangelizadora. La perspectiva paulina es la de presentar al Espíritu
Santo como Espíritu de Cristo en el que el genitivo no es tanto calificativo
como posesivo instrumental, es decir, el Espíritu de Dios que está en Cristo y
que actúa mediante Cristo. La cristicidad del Pneuma no lo convierte sin
embargo en una función de Cristo, ya que el Espíritu es siempre Espíritu de
Cristo (Gál 4,69), pero también Espíritu de Dios (Rom 8,14). El misterio
pascual revela que el Espíritu de Dios es principio constitutivo de Cristo y,
puesto que lo pone en el mismo plano de Dios, el Espíritu Santo tiene que ser
considerado como un ser distinto personal. ¡Estamos entonces muy cerca de la
figura del misterio trinitario!
b) La reflexión de la fe creyente llega gradualmente a una
doctrina sobre el Espíritu Santo, dentro del contexto de la dimensión
soteriológico-cristológica que prevalece en los primeros siglos. Una vez
resuelta la crisis arriana y una vez definida la divinidad de Cristo
(homoousios), había que responder a las herejías que surgían respecto al
Espíritu Santo (macedonianos, pneumatómacos) (por el año 360), viéndolo en
sentido subordinacionista, como una criatura del Logos o bien como un ser
intermedio entre Dios y el mundo. El análisis estructural de la definición del
concilio de Constantinopla aclara los atributos del Espíritu Santo: es el Señor
(el mismo apelativo que se concede también a Yahveh y a Jesús), da la vida de
los hijos de Dios (zoopoiós), es decir, santifica, diviniza, es co-adorado y
co-glorificado, procede del Padre, aunque no se precisa la relación
Hijo-Espíritu (DS 150). Evidentemente, el argumento principal para afirmar la
divinidad del Espíritu Santo fue el soteriológico, lo mismo que ocurrió en el
concilio de Nicea por obra de Atanasio: si somos rescatados y divinizados por
el Espíritu, es porque el Espíritu Santo es Dios. La innuencia de los padres
capadocios en Oriente se hizo sentir en el concilio de Constantinopla y en la
especulación griega posterior que estará siempre marcada por el equilibrio
entre la reflexión sobre la Trinidad en sí misma y su manifestación
histórico-salvífica.
- Por eso, el Espíritu Santo es considerado en la
pneumatología griega como principio personal de divinización de la criatura,
que en la fuerza del Espíritu vuelve al Padre. En esta visión el Espíritu Santo
se identifica con la fe misma, con la inteligencia de la Escritura, orientando
el comportamiento ético de los hombres hacia la comunión con Dios. El Espíritu
Santo no constituye para los Padres griegos una teología docta, sino el
horizonte mismo de inteligibilidad del misterio cristiano como misterio de
salvación. La pneumatología latina se resiente del planteamiento general que se
da a la explicación de la Trinidad, que, como es bien sabido, tiende a
salvaguardar ante todo la unidad de Dios. El modelo representativo latino ha
sido comparado con un círculo: el Padre engendra al Hijo, el Espíritu Santo es
el amor mutuo del Padre y del Hijo, con lo que en el Espíritu se cierra la Vida
trinitaria. Al ser el Espíritu Santo el don mutuo del Padre y del Hijo dentro
de la Trinidad, se precisó ante todo en qué sentido se habla de la procesión
del Espíritu y en qué sentido la relación de spiratio passiva constituye la persona
del Espíritu Santo. Se pasó luego a considerar al Espíritu Santo en su
manifestación ad extra, subrayando su función de actualización y realización de
la obra de Cristo en la gracia y en los sacramentos, pero con el riesgo de no
identificar la originalidad de la misión del Espíritu Santo más que en lo que
se refiere al tema de la inhabitación de la Trinidad en el hombre, apropiada al
Espíritu Santo. De hecho, tan sólo el tratado sistemático De gratia, además
-como es lógico- del De Trinitate, ha desarrollado la dimensión pneumatológica.
c) El rol del Espíritu Santo desde Pentecostés la Iglesia:
¿Quién es el Espíritu Santo?
"Nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! sino por
influjo del Espíritu Santo" (1Co 12,3) Muchas veces hemos escuchado hablar
de Él; muchas veces quizá también lo hemos mencionado y lo hemos invocado.
Piensa cuántas veces has sentido su acción sobre ti: cuando sin saber cómo,
soportas y superas una situación, una relación personal difícil y sales
adelante, te reconcilias, toleras, aceptas, perdonas, amas y hasta haces algo
por el otro…. Esa fuerza interior que no sabes de dónde sale, es nada menos que
la acción del Espíritu Santo que, desde tu bautismo, habita dentro de ti.
El Espíritu Santo ha actuado durante toda la historia del
hombre. En la Biblia se menciona desde el principio, aunque de manera velada. Y
es Jesús quien lo presenta oficialmente: "SI ustedes me aman, guardarán
mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Defensor que permanecerá
siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad…. En adelante el Espíritu
Santo Defensor, que el Padre les enviará en mi nombre, les va a enseñar todas
las cosas y les va a recordar todas mis palabras. … En verdad, les conviene que
yo me vaya, porque si no me voy, el Defensor no vendrá a ustedes. Pero si me
voy se lo mandaré. Cuando él venga, rebatirá las mentiras del mundo…. Tengo
muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora. Pero
cuando Él venga, el Espíritu de la Verdad, los introducirá en la verdad total".
Estos son fragmentos del Evangelio de San Juan, capítulos 14, 15 y 16. Si
quieres saber más sobre las últimas promesas y más profundas revelaciones de
Jesús, lee con atención y mucha fe, esta parte del evangelio.
Desde que éramos niños, en el catecismo aprendimos que
"el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad".
Es esta la más profunda de las verdades de fe: habiendo un solo Dios, existen
en Él tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Verdad que Jesús
nos ha revelado en su Evangelio. El Espíritu Santo coopera con el Padre y el
Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los
últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y
nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Jesús nos lo presenta
y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona
diferente, con un obrar propio y un carácter personal.
Formas de llamar al
Espíritu Santo
EL PARÁCLITO: Palabra del griego "parakletos", que
literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el
abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al
Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn
14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son
culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva
del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha
realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito"
porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado
del pecado y de la muerte eterna. EL ESPÍRITU DE LA VERDAD: Jesús afirma de sí
mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Y al
prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus
apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida,
mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado.
El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que
actúa el Espíritu Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La
distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.
Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y
para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el
final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad a
cerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin
alteraciones. Cada vez que rezamos el Credo, llamamos al Espíritu Santo:
SEÑOR Y DADOR DE VIDA: El término hebreo utilizado por el
Antiguo Testamento para designar al Espíritu es "ruah", este término
se utiliza también para hablar de "soplo", "aliento",
"respiración". El soplo de Dios aparece en el Génesis, como la fuerza
que hace vivir a las criaturas, como una realidad íntima de Dios, que obra en
la intimidad del hombre. Desde el Antiguo Testamento se puede vislumbrar la
preparación a la revelación del misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre
es principio de la Creación; que la realiza por medio de su Palabra, su Hijo; y
mediante el Soplo de Vida, el Espíritu Santo.
La existencia de las criaturas depende de la acción del
soplo - espíritu de Dios, que no solo crea, sino que también conserva y renueva
continuamente la faz de la tierra. (Cf. Sal 103/104; Is 63, 17; Gal 6,15; Ez
37, 1-14). Es Señor y Dador de Vida porque será autor también de la
resurrección de nuestros cuerpos:
"Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre
los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos
dará también la vida a sus cuerpos mortales por su Espíritu que habita en
ustedes" (Rom 8,11). La Iglesia también reconoce al Espíritu Santo como:
SANTIFICADOR: El Espíritu Santo es fuerza que santifica
porque Él mismo es "espíritu de santidad"(Is. 63, 10-11). En el
Bautismo se nos da el Espíritu Santo como "don" o regalo, con su
presencia santificadora. Desde ese momento el corazón del bautizado se
convierte en Templo del Espíritu Santo, y si Dios Santo habita en el hombre,
éste queda consagrado y santificado. El hecho de que el Espíritu Santo habite
en el hombre, alma y cuerpo, da una dignidad superior a la persona humana que
adquiere una relación particular con Dios, y da nuevo valor a las relaciones
interpersonales. (1Cor 6,19) .
La simbología del Espíritu Santo
El Agua: El simbolismo del agua es significativo de la
acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el
signo sacramental del nuevo nacimiento.
La Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es
sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al
confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.
El Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos
del Espíritu.
La Nube y la Luz: Símbolos inseparables en las
manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para
"cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración,
el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.
El Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el
carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la
consagración del cristiano.
La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y
ahora los Obispos, trasmiten el "don del Espíritu".
La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo
aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.
El Espíritu Santo y la Iglesia: Hay diferentes dones pero un
único espíritu (I Cor 12,4)
"Uds fueron rescatado del pecado por la sangre
preciosismo del Cordero, sin mancha y sin defecto, sean santo" (I Pe
1,15-18). "Dios quiso para si una Iglesia resplandeciente, sin mancha,
arruga, defecto, sino santa en inmaculada" (Ef 5,27). El espíritu tiene la
función de santificar a la Iglesia y lo hace de modo particular por los
sacramentos; así por ejemplo gracias al Espíritu santo, la Santa Misa no es un
mero recuerdo de la última cena sino la misma celebración de Cristo Jesús con
sus apóstoles (Mt 26,26; Lc 22,19-20). La Iglesia nacida con la Resurrección de
Cristo, se manifiesta al mundo por el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Por
eso aquel hecho de que "se pusieron a hablar en idiomas distintos" ,
(Hch 2,4) para que todo el mundo conozca y entienda la Verdad anunciada por
Cristo en su Evangelio. La Iglesia no es una sociedad como cualquiera; no nace
porque los apóstoles hayan sido afines; ni porque hayan convivido juntos por
tres años; ni siquiera por su deseo de continuar la obra de Jesús. Lo que hace
y constituye como Iglesia a todos aquellos que "estaban juntos en el mismo
lugar" (Hch 2,1), es que "todos quedaron llenos del Espíritu
Santo" (Hch 2,4). Una semana antes, Jesús se había "ido al
Cielo", y todos los que creemos en Él esperamos su segunda y definitiva
venida, mientras tanto, es el Espíritu Santo quien da vida a la Iglesia, quien
la guía y la conduce hacia la verdad completa. Todo lo que la Iglesia anuncia,
testimonia y celebra es siempre gracias al Espíritu Santo. Son dos mil años de
trabajo apostólico, con tropiezos y logros; aciertos y errores, toda una historia
de lucha por hacer presente el Reino de Dios entre los hombres, que no
terminará hasta el fin del mundo, pues Jesús antes de partir nos lo prometió:
"…yo estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo" (Mt.
28,20).
El Espíritu Santo y la vida cristiana
A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el
cristiano como en su templo (Rom 8,9.11; 1Cor 3,16; Rom 8,9). Gracias a la
fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a
habitar en cada uno de nosotros. El don del Espíritu Santo es el que: nos eleva
y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar; nos permite conocerlo y
amarlo; hace que nos abramos a las divinas personas (Padre, Hijo) y que se
queden en nosotros. La vida del cristiano es una existencia espiritual, una
vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la
caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la
fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios.
(Gal 5,13-18; Rom 8,5-17). Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu
Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al
hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu, estos dones son:
-Sabiduría: nos
comunica el gusto por las cosas de Dios.
- Ciencia: nos enseña a darle a las cosas terrenas su
verdadero valor.
- Entendimiento: nos da un conocimiento más profundo de las
verdades de la fe.
- Fortaleza: nos da fuerza y confianza en tiempo de prueba y
adversidad.
- Consejo: nos ayuda a resolver con criterios cristianos los
conflictos de la vida.
- Piedad: nos enseña a relacionarnos con Dios como nuestro
Padre y con nuestros hermanos.
- Temor de Dios: nos impulsa a apartarnos de cualquier cosa
que pueda ofender a Dios.