LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO: Juan 11,1-45
Jesús
le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la
resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».
La cumbre de los “signos” reveladores en el Evangelio de Juan
Éste, que es el último y
el mayor de los siete “signos” reveladores de la primera parte del evangelio de
Juan, en realidad es toda una historia de amor. Una historia entretejida por
una gran riqueza de elementos y cargada de profundas emociones: cada palabra,
cada gesto, tiene un profundo significado que sólo se puede captar mediante la
lectura atenta y la contemplación amorosa del texto.
Jesús, quien mediante la
serie de encuentros narrados por el evangelista Juan, se ha acercado a personas
concretas que viven situaciones particulares (la falta de vino de los novios de
Caná, la búsqueda de Nicodemo y de la samaritana, la aflicción del funcionario
real por el hijo moribundo, los treinta y ocho años de dolencia del paralítico
de la piscina de Betesda, el pueblo hambriento, las vicisitudes del ciego de
nacimiento), viene ahora al encuentro de la más difícil de todas las
situaciones humanas: ¡la muerte!
El
don de la vida es el resultado de los encuentros de Jesús en el Evangelio. Los
siete signos de Jesús nos han mostrado de qué manera Jesús es dador de vida:
(1) Le ha traído alegría a la pareja que comienza su vida matrimonial (2,1-11)
(2) Le ha dado la salud al niño en peligro de muerte (4,46-54)
(3) Le ha restaurado la salud al adulto sometido por la parálisis (5,1-18)
(4) Le ha dado pan al pueblo hambriento (6,1-15)
(5) Le ha dado ánimo a sus discípulos confundidos en medio de la tempestad (6,16-21)
(6) Le ha abierto los ojos al ciego de nacimiento (9,1-41)
(1) Le ha traído alegría a la pareja que comienza su vida matrimonial (2,1-11)
(2) Le ha dado la salud al niño en peligro de muerte (4,46-54)
(3) Le ha restaurado la salud al adulto sometido por la parálisis (5,1-18)
(4) Le ha dado pan al pueblo hambriento (6,1-15)
(5) Le ha dado ánimo a sus discípulos confundidos en medio de la tempestad (6,16-21)
(6) Le ha abierto los ojos al ciego de nacimiento (9,1-41)
Y ahora el signo No.7:
le da la vida a un difunto. Jesús no sólo “da vida” en medio de
situaciones históricas sino que va más allá, él apunta ahora hacia el futuro y
ofrece el don de la vida en la eterna comunión con Dios, esto es, en la
resurrección.
Por esto, podemos
denominar este pasaje que, como vimos en el del ciego, también consiste en una
serie de encuentros, como “el encuentro salvífico con la muerte”. La intención
es claramente pascual: en él Jesús arranca al hombre de la desgracia de la
muerte y le da el don de la vida.
Muchos más que la
resurrección de Lázaro
Es importante que
tengamos presente que en este pasaje no todo se reduce al “milagro” de la
resurrección de Lázaro sino que hay toda una dinámica interna a lo largo de la
cual se ponen a la luz diversas actitudes ante la muerte de los seres queridos
y ante la que nos aguarda a nosotros mismos.
Algunas
características notables del relato de la resurrección de Lázaro son:
(1) Se trata del llamado de la muerte a la vida, realizado por el poder de su Palabra
(2) Jesús lo realiza por un amigo y en medio de un círculo de amigos.
(3) Ocurre en presencia de muchos testigos.
(4) Los testigos participan en la acción misma.
(1) Se trata del llamado de la muerte a la vida, realizado por el poder de su Palabra
(2) Jesús lo realiza por un amigo y en medio de un círculo de amigos.
(3) Ocurre en presencia de muchos testigos.
(4) Los testigos participan en la acción misma.
Pero quizás lo más
notable de todo sea la manera de proceder de Jesús. En los signos anteriores
narrados por el Evangelio, Jesús ha realizado primero el signo y luego,
mediante una pedagogía deductiva, el Maestro ha ido conduciendo hacia su
comprensión, con la consecuente respuesta de fe. En este signo Jesús procede al
contrario: va explicando progresivamente el sentido del signo que va a
realizar, mediante diálogos sostenidos con personajes claves, para culminar con
la realización del signo. Esta vez Jesús aplica una pedagogía inductiva.
Un camino de fe en la
Resurrección
A partir de la
observación anterior, podemos decir que el relato de la resurrección consiste
en una iniciación progresiva a la fe en Jesús, él único que tiene poder sobre
la muerte y es Señor de la Vida.
Efectivamente,
Jesús se va revelando como Señor de la Vida (Pascua) de los siguientes
personajes:
(1) Los discípulos (11,7-16)
(2) Los familiares del difunto Lázaro (11,17-37). Distinguiéndose: Marta (11,17-27) y María (11,28-37)
(3) El pueblo (los judíos), que aparece contemporáneamente a María (11,28-37).
(1) Los discípulos (11,7-16)
(2) Los familiares del difunto Lázaro (11,17-37). Distinguiéndose: Marta (11,17-27) y María (11,28-37)
(3) El pueblo (los judíos), que aparece contemporáneamente a María (11,28-37).
No sólo los personajes
que van pasando frente a Jesús, sino también los lugares en los que se mueve
son significativos.
La resurrección de
Lázaro y la muerte de Jesús
Aunque el relato apunta
hacia el encuentro de Jesús con la muerte del hombre, por la manera como está
contextualizado, vemos cómo éste nos anuncia que también está en juego la vida
misma de Jesús: Jesús da vida jugándose su propia vida.
En Juan 10,39 se cuenta
cómo los enemigos de Jesús intentan –sin éxito- atraparlo en Jerusalén; luego
en 10,40 se nos informa que Jesús permanece en la orilla oriental del río
Jordán protegiendo su vida.
Es justamente ahí, en
ese momento de tensión, donde comienza el relato de la resurrección de Lázaro,
el cual supone el regreso de Jesús a las inmediaciones de Jerusalén, allí donde
su integridad personal está amenazada.
Por otra parte, una vez
que Jesús realiza el signo de la resurrección de Lázaro, vemos que se reúne un
Sanedrín para decidir la muerte de Jesús. Allí deciden: “conviene que muera”
(11,47-54).
Pero a pesar de todo, a
pesar de este marco contextual de conflicto y pregón de la muerte de Jesús, el
tema del “creer” en Jesús es el que realmente enmarca el relato (ver 10,42 y
11,45).
Las cinco etapas del
itinerario de fe en la resurrección
Abordemos,
entonces, el texto, siguiendo el ritmo de sus escenas para que descubramos la
pedagogía de este encuentro con Jesús:
(1) Primera etapa: Jesús recibe la noticia de la enfermedad de su amigo (11,1-6)
(2) Segunda etapa: Jesús prepara a sus discípulos para el signo que está a punto de realizar (11,7-16)
(3) Tercera etapa: Jesús se encuentra con los parientes de Lázaro y con el pueblo (11,17-37)
(4) Cuarta etapa: Jesús realiza el signo de la resurrección de Lázaro (11,38-44)
(5) Quinta etapa: El pueblo reacciona ante el signo (11,45-46)
(1) Primera etapa: Jesús recibe la noticia de la enfermedad de su amigo (11,1-6)
(2) Segunda etapa: Jesús prepara a sus discípulos para el signo que está a punto de realizar (11,7-16)
(3) Tercera etapa: Jesús se encuentra con los parientes de Lázaro y con el pueblo (11,17-37)
(4) Cuarta etapa: Jesús realiza el signo de la resurrección de Lázaro (11,38-44)
(5) Quinta etapa: El pueblo reacciona ante el signo (11,45-46)
1. Primera etapa: Jesús recibe la noticia de la enfermedad de su amigo (11,1-6).
El relato comienza
situándonos: se ha enfermado Lázaro, quien es hermano de Marta y María, amigo
de Jesús que vive en Betania (ver 11,1-2). Se destaca la relación directa
que Jesús sostiene con esta familia.
A
lo largo de esta historia de la amistad de Jesús se "seguirán destacando
sus afectos”:
(1) En 11,3 las hermanas le recuerdan a Jesús que Lázaro es “aquel a quien tú quieres”.
(2) En 11,5 el evangelista nos pone al tanto que Jesús los “amaba” a los tres.
(3) En 11,11 Jesús llama a Lázaro “nuestro amigo”.
(1) En 11,36 es el pueblo quien lo nota: “Mirad cómo lo quería”.
(1) En 11,3 las hermanas le recuerdan a Jesús que Lázaro es “aquel a quien tú quieres”.
(2) En 11,5 el evangelista nos pone al tanto que Jesús los “amaba” a los tres.
(3) En 11,11 Jesús llama a Lázaro “nuestro amigo”.
(1) En 11,36 es el pueblo quien lo nota: “Mirad cómo lo quería”.
La amistad y el cariño
son característicos de los encuentros de Jesús: su misión no es tanto ganar
adeptos que comulguen con sus ideas, para Jesús cuenta mucho la relación
personal con cada uno. En Jesús cada hombre está llamado a experimentar
la solicitud cordial y personal de Dios; y es al interior de esta relación
personal con Él que se realiza la salvación.
Pues bien, las hermanas
ponen a Jesús al tanto de la situación del amigo: “Señor, aquel a quien tú
quieres, está enfermo” (11,3).
Es
interesante notar que ellas no le expresan directamente una petición (como
tampoco lo hizo María en las bodas de Caná), no le ordenan nada, quizás están
tratando de proteger a Jesús de cualquier peligro si vuelve a las inmediaciones
de Jerusalén (11,8: “Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y
vuelves allí?”; ver 10,39). Marta y María simplemente:
(1) Le dicen cómo está su hermano.
(2) Le recuerdan que se trata de su amigo.
(1) Le dicen cómo está su hermano.
(2) Le recuerdan que se trata de su amigo.
Esta evocación de la
amistad con Jesús no sólo nos ayuda a visualizar un trazo importante de las
relaciones de Jesús, en torno a las cuales se teje el discipulado, sino que es
también una clave fundamental para comprender el relato: desde dónde y para qué
obra Jesús la salvación del hombre.
2. Segunda etapa: Jesús prepara a sus discípulos para el signo que está a punto de realizar (11,7-16).
Esta segunda etapa está
enmarcada por la propuesta de Jesús a sus discípulos, “Volvamos de nuevo a
Judea” (11,7), y por la respuesta de Tomás en nombre de todos “Vayamos
también nosotros a morir con él” (11,16).
Entre la propuesta y la
respuesta hay un diálogo entre Jesús y sus discípulos sobre el sentido de la
acción que se va a realizar en Betania.
Si miramos atrás, en el
episodio de las bodas de Caná, veremos que los discípulos ya han sido
entrenados desde el principio para saber descubrir en las acciones de Jesús un
signo que revela la Gloria de Dios (ver 2,11).
Por otra parte, en el
encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento, antes de realizar el signo,
Jesús instruyó a sus discípulos indicándoles cuál era la finalidad de la
enfermedad y de la curación (“es para que se manifiesten en él las obras de
Dios”; 9,3).
Cuando leemos 11,4,
vemos como -siguiendo el mismo procedimiento- Jesús explica: “Esta enfermedad
no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella”. Detengámonos en las dos finalidades (“para”… “para”):
(1)
“Para la Gloria de Dios”…
Es decir, para manifestar de qué manera Dios es “Yo soy el que soy”, el que está presente en medio de su pueblo. Todas las acciones de poder de Jesús buscan que Dios resplandezca con su obra, que se haga visible el poder de Dios. Dios se manifiesta no en su esencia abstracta sino en su interés y su premura concreta por cada uno de los hombres de la tierra.
Es decir, para manifestar de qué manera Dios es “Yo soy el que soy”, el que está presente en medio de su pueblo. Todas las acciones de poder de Jesús buscan que Dios resplandezca con su obra, que se haga visible el poder de Dios. Dios se manifiesta no en su esencia abstracta sino en su interés y su premura concreta por cada uno de los hombres de la tierra.
(2)
“Para que el Hijo de Dios sea glorificado”…
Es decir, para que se reconozca que Jesús está en una relación estrecha (y al mismo nivel) que Dios. Las obras de Jesús enseñan quién es Jesús.
Es decir, para que se reconozca que Jesús está en una relación estrecha (y al mismo nivel) que Dios. Las obras de Jesús enseñan quién es Jesús.
En
el diálogo con sus discípulos, todavía les agrega una tercera y definitiva
razón de lo que pretende con la resurrección de Lázaro: “Para que creáis”
(11,15). Por lo tanto al revelarse la Gloria de Dios por medio del Hijo
de Dios, Jesús espera que sus discípulos:
(1) Confirmen su fe.
(2) Comprendan qué es lo que les espera como consecuencia del creer.
(1) Confirmen su fe.
(2) Comprendan qué es lo que les espera como consecuencia del creer.
Con estos presupuestos
Jesús invita a sus discípulos a seguirlo en Judea (ver 11,7.15). Ellos irán con
la conciencia clara de lo que les espera allá.
La frase valiente de
Tomás, “vayamos también nosotros a morir con él” (11,16), implica un gesto de
confianza en Jesús. Los discípulos son testigos ante nosotros de lo que
implica el seguimiento y de cómo el dar vida supone el poner en riesgo la
propia vida.
3. Tercera etapa: Jesús se encuentra con las hermanas de Lázaro y con el pueblo (11,17-37).
Una vez que Jesús y los
discípulos llegan a Betania –y sabiendo que Lázaro ya lleva cuatro días en el
sepulcro (ver 11,18)- ocurre el encuentro propiamente dicho con la
familia doliente: primero con Marta, quien “le salió al encuentro” (11,20), luego
con María, quien responde al llamado “el Maestro está ahí y te llama” (11,28).
En torno a los diálogos
que Jesús sostiene con Marta y María, vemos una nube de gente. El “pueblo”
(=los judíos) aparece como la multitud de dolientes que han venido de Jerusalén
para consolar a las hermanas de Betania (ver 11,18-19.31) y que llega también a
interactuar con Jesús (ver 11,33-37).
La
venida de muchos jerosolimitanos para el velorio, con el fin de “consolar” las
hermanas (11,19.31):
(1) Subraya el clima de tristeza y la sensación humana de impotencia frente la muerte.
(2) Suscita las preguntas: ¿Y a qué viene Jesús? ¿Qué puede hacer por ellas?
(1) Subraya el clima de tristeza y la sensación humana de impotencia frente la muerte.
(2) Suscita las preguntas: ¿Y a qué viene Jesús? ¿Qué puede hacer por ellas?
Los encuentros de Jesús
narrados en esta sección responden a estas inquietudes. Veamos sus
características:
3.1. El encuentro de Jesús con Marta (11,20-27)
El
encuentro con Marta se caracteriza porque:
(1) Ella toma la iniciativa.
(2) Va sola donde Jesús.
(3) Es conducida progresivamente a la fe en Jesús como Señor de la vida.
(1) Ella toma la iniciativa.
(2) Va sola donde Jesús.
(3) Es conducida progresivamente a la fe en Jesús como Señor de la vida.
El diálogo de Jesús y
Marta es significativo. En el intercambio Marta va entrando, conducida por
Jesús, en la experiencia de la fe:
Marta
comienza abriéndole su corazón a Jesús. Sus palabras manifiestan:
(1) Su fe en Jesús: “Mi hermano no habría muerto” (11,21b).
(2) Su desilusión por haber llegado tarde: “Si hubieras estado aquí...” (11,21ª).
(3) Su esperanza porque sabe que su presencia no será en vano: “Pero aún ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá” (11,22). Estas palabras son una reafirmación de su fe... a pesar de todo.
(1) Su fe en Jesús: “Mi hermano no habría muerto” (11,21b).
(2) Su desilusión por haber llegado tarde: “Si hubieras estado aquí...” (11,21ª).
(3) Su esperanza porque sabe que su presencia no será en vano: “Pero aún ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá” (11,22). Estas palabras son una reafirmación de su fe... a pesar de todo.
Ante la expectativa de
Marta, Jesús le anuncia: “Tu hermano resucitará” (11,23).
Por sus palabras, se
nota cómo en el corazón de Marta se mezclan la fe y la desilusión frente a la
persona de Jesús. Pero lo más importante es que a su experiencia de fe le
falta todavía un conocimiento más hondo de qué es lo que Jesús está en
capacidad de ofrecerle. Por eso Marta no consigue conectar su fe en la
resurrección de los muertos en el último día, “Ya sé que resucitará en la
resurrección el último día” (11,24; afirmación común entre los israelitas), con
la fe actual en la misma persona de Jesús.
La doble convicción de
Marta (quien ha repetido dos veces “yo sé...”, “yo sé...”) da la base para que
Jesús le enseñe qué es lo que hay que creer. Esto es lo que hay que creer: que
la resurrección proviene de la persona misma de Jesús y no de una expectativa
abierta hacia un futuro incierto (ver 11,25-26).
Al preguntarle “¿Crees
esto?” (11,26) Jesús la inicia ya en la experiencia de la resurrección, porque
según sus mismas palabras: “El que cree en mí...vivirá”, y este “vivir” y
“creer” en Jesús es la garantía de la resurrección.
Marta,
entonces, llega a la fe: comprende y hace una profesión fe de altísimo nivel
(que sólo es comparable a la de Jn 20,28.31; prefigurada ya en la profesión de
fe de Pedro, Juan 6,69, y en la del ciego de nacimiento, Juan 9,38). Dice
Marta:
“Sí, Señor,
yo creo que tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios,
el que iba a venir al mundo” (11,27).
“Sí, Señor,
yo creo que tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios,
el que iba a venir al mundo” (11,27).
El
encuentro tiene su punto culminante en la confesión de fe, es decir, en el
reconocimiento de
(1) Quién es Jesús para los hombres. Dice Marta:
• “Tú eres el Cristo”: aquel mediante el cual Dios cumple su obra de salvación por los hombres.
• “Tú eres el Hijo de Dios”: aquel que vive en una comunión sin comienzo y sin fin con Dios; aquel que está al mismo nivel de Dios.
(2) Qué tipo relación sostiene Jesús con el Padre. Dice Marta: “Tú eres el que iba a venir al mundo”, o sea, que “Tú eres el enviado del Padre”. Dios Padre está detrás de toda la obra de Jesús (ver 11,42; 16,28).
(1) Quién es Jesús para los hombres. Dice Marta:
• “Tú eres el Cristo”: aquel mediante el cual Dios cumple su obra de salvación por los hombres.
• “Tú eres el Hijo de Dios”: aquel que vive en una comunión sin comienzo y sin fin con Dios; aquel que está al mismo nivel de Dios.
(2) Qué tipo relación sostiene Jesús con el Padre. Dice Marta: “Tú eres el que iba a venir al mundo”, o sea, que “Tú eres el enviado del Padre”. Dios Padre está detrás de toda la obra de Jesús (ver 11,42; 16,28).
3.2. El encuentro de Jesús con María (11,28-32)
El
encuentro de Jesús con María, por su parte, tiene las siguientes
características:
(1) Jesús toma la iniciativa: él la “llama”.
(2) Va acompañada de sus visitantes judíos donde Jesús.
(3) No consigue salir de su dolor, no llega a la fe en la resurrección.
(1) Jesús toma la iniciativa: él la “llama”.
(2) Va acompañada de sus visitantes judíos donde Jesús.
(3) No consigue salir de su dolor, no llega a la fe en la resurrección.
Jesús la llama: “El
Maestro está ahí y te llama” (11,28). La actitud de María ante la llegada de
Jesús a Betania es distinta de la de Marta: mientras Marta se pone en camino
donde el Maestro, María “permanece en casa” (11,20b). María permanece encerrada
en su dolor, su tristeza la inmoviliza, a diferencia de su hermana no vislumbra
una esperanza. Sin embargo su actitud no es del todo cerrada, ella sabe
reaccionar ante la voz del maestro que la llama: “se levantó rápidamente y se
fue donde él” (11,29).
Va acompañada de sus
visitantes judíos donde Jesús: “la siguieron pensando que iba al sepulcro para
llorar” (11,31b). El pueblo que viene a consolar a las hermanas de Betania es
el causante de toda la algarabía que caracteriza la escena: llantos, gritos de
desesperación, profunda tristeza. Como bien señala 11,33: “también lloraban los
judíos que la acompañaban”. A diferencia de Marta, María no consigue
desprenderse del ambiente funerario que la rodea.
No consigue salir de su
dolor, no llega a la fe en la resurrección: “Señor, si hubieras estado aquí mi
hermano no habría muerto” (11,32). María hace algo que no hace Marta: “cayó a
sus pies” (11,32). El gesto probablemente indica reconocimiento y
adoración de Jesús, pero sus palabras indican que su fe es todavía
insuficiente. Sus palabras son idénticas a las de la primera parte de las
palabras de Marta (ver 11,21): hay fe pero también desilusión.
Probablemente esto ha sido tema familiar y ambas hablan el mismo
lenguaje. Pero María aún no se abre a la esperanza, no llega a la
confesión de fe de su hermana, sigue perpleja ante la muerte. María
comprenderá plenamente en la mañana de la resurrección, ocasión en la que será
nuevamente llamada por su Amigo-Maestro.
3.3. Jesús y el pueblo (11,33-37)
El
pueblo ha estado en el trasfondo de los dos encuentros anteriores. El pueblo
tiene las siguientes características:
(1) “Consuela” a las hermanas pero no transforman la situación.
(2) Observa el amor de amigo de Jesús.
(3) Critica a Jesús.
(1) “Consuela” a las hermanas pero no transforman la situación.
(2) Observa el amor de amigo de Jesús.
(3) Critica a Jesús.
El pueblo que rodea a
Marta y María, viene al velorio a expresar su condolencia y a acompañar
solidariamente a la familia (11,19.31). Pero su consuelo no es verdaderamente
efectivo porque no consigue eliminar la causa de la tristeza, la situación
continúa igual, incluso el pueblo también queda atrapado en la sin salida del
dolor (11,33).
Por
el contrario, Jesús es aquel que verdaderamente “consuela” porque su venida no
es para dar un “sentido pésame” sino para:
(1) Vencer la muerte.
(2) Dar la vida eterna.
(1) Vencer la muerte.
(2) Dar la vida eterna.
La presencia y la
intervención de Jesús cambia sustancialmente la situación de tristeza en gozo.
Pero
hay un momento en el que todos lloran: María, el pueblo y también Jesús
(11,33a). La reacción de Jesús aparece como un contagio del dolor de
María (“Viéndola llorar...”, 11,33a) y en ella podemos distinguir:
(1) La actitud interna: “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33b).
(2) La expresión externa: “se echó a llorar” (11,35).
(1) La actitud interna: “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33b).
(2) La expresión externa: “se echó a llorar” (11,35).
El pueblo ve, interpreta
y concluye: “Mirad, cómo lo quería” (11,36).
Pero lo que en un primer
momento es motivo de admiración, inmediatamente se vuelve objeto de crítica:
“Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no
muriera?” (11,37). Se trata de la una actitud diametralmente opuesta a la
de Marta, mientras ésta cree una parte del pueblo se cierra ante Jesús.
Los judíos del pasaje
solamente saben ver una posible debilidad y falla en Jesús. Sin embargo,
aquí hay una lección: la muerte es necesaria. La resurrección presupone
la muerte –por eso Jesús se ha referido a la muerte (tan duradera) como si fuera
un sueño (ver 11,11.13)- y, de hecho, es una victoria sobre ella.
La promesa de Jesús no es precisamente la de evitar la muerte sino la de no
dejar que ésta se constituya en la última palabra sobre la historia humana.
4. Cuarta etapa: Jesús realiza el signo de la resurrección de Lázaro (11,38-44).
Este es el momento en el
que Jesús se coloca de cara a la muerte. Ahora demuestra que ésta no es de
ninguna manera un límite para él: Jesús tiene poder sobre la muerte.
Jesús
está ante el sepulcro profundamente conmovido (11,38). Llaman la atención
algunas características de la realización del signo:
(1) Recibe ayuda de los hombres.
(2) Responde a la objeción de Marta con un llamado al “creer”.
(3) Invoca la ayuda de Dios en la oración.
(4) Llama a Lázaro fuera del sepulcro.
(5) De nuevo pide ayuda.
(1) Recibe ayuda de los hombres.
(2) Responde a la objeción de Marta con un llamado al “creer”.
(3) Invoca la ayuda de Dios en la oración.
(4) Llama a Lázaro fuera del sepulcro.
(5) De nuevo pide ayuda.
Jesús se deja ayudar
Al comienzo y al final,
el pueblo se involucra en el signo: primero, colabora quitando la piedra del
sepulcro (11,39) y, luego, desatando las vendas y el sudario de Lázaro,
para que éste –una vez resucitado- pueda andar (11,44).
Jesús responde a la
objeción de Marta
Una vez que se ha
descrito la tumba de Lázaro y se ha asistido al llanto de Jesús, notamos
todavía un breve intercambio de palabras entre Jesús y Marta. Cuando Jesús dice
“Quitad la piedra” (11,39ª), enseguida Marta pone una objeción: “Señor, ya
huele; es el cuarto día” (11,39b). El cuarto día después de la sepultura es
cuando, según la creencia rabínica, el cuerpo regresa definitivamente al polvo
de la tierra, o sea, cuando la muerte es completa e irreversible.
El signo, como la
totalidad del encuentro con Jesús, se realiza como un itinerario que desemboca
en el “creer”. Por eso Jesús le responde a Marta: “¿No te he dicho que, si
crees, verás la gloria de Dios?” (11,40). Sólo si se cree en Él, se abre
el espacio para la realización de la obra de salvación. Creer es
reconocer el vínculo estrecho que hay entre el Padre –a quien nadie ha visto
(1,18)- y Jesús -quien es el narrador por excelencia del misterio y del
proyecto de Dios-.
Jesús ora al Padre
Llama la atención
enseguida la oración de Jesús (11,41b-42). Es la primera vez que sucede
en el Evangelio (después será en 12,27-28 y 17,1-26). En medio de la
situación de muerte Jesús deja clara cómo es su relación con Dios.
El contenido de su
oración es el siguiente:
(1)
“Padre, te doy gracias por haberme escuchado” (11,41b)
Jesús le da gracias al Padre porque lo ha “escuchado”. Jesús tiene un corazón agradecido.
(2) “Ya sabía que tú siempre me escuchas” (11,41c)
Jesús está seguro de su unión con el Padre y no tiene necesidad de que ésta se demuestre con un signo evidente para todo. Jesús tiene un corazón libre.
(3) “Pero lo he dicho por éstos que me rodean, para que crean que tú me has enviado” (11,41c)
Jesús deja claro que lo que busca es que la gente crea. Jesús tiene un corazón de maestro.
Jesús le da gracias al Padre porque lo ha “escuchado”. Jesús tiene un corazón agradecido.
(2) “Ya sabía que tú siempre me escuchas” (11,41c)
Jesús está seguro de su unión con el Padre y no tiene necesidad de que ésta se demuestre con un signo evidente para todo. Jesús tiene un corazón libre.
(3) “Pero lo he dicho por éstos que me rodean, para que crean que tú me has enviado” (11,41c)
Jesús deja claro que lo que busca es que la gente crea. Jesús tiene un corazón de maestro.
Jesús manda “salir” a
Lázaro con el poder de su Palabra
Después de proclamarle
al mundo su unidad perfecta con el Padre, Jesús pronuncia con solemnidad el
imperativo: “¡Lázaro, sal fuera!” (11,43). Esta es la palabra que todo creyente
escucha al salir de la fuente bautismal y que le hace pasar de la antigua vida
a una nueva existencia; es la palabra que todo creyente escuchará al final de
esta vida: “Llega la hora en la que todos los que estén en los sepulcros oirán
su voz y saldrán…” (5,28-29ª).
De nuevo Jesús se hace
ayudar
Dos imperativos más se
escuchan finalmente en labios de Jesús dirigidos a la gente que está viendo la
escena: “Desatadlo y dejadle andar” (11,44). También ellos participan mediante
un gesto de liberación de aquello que no deja a Lázaro salir de su situación de
muerte (las vendas) y emprender su camino (“andar” es signo de vitalidad).
5. Quinta etapa: El pueblo reacciona ante el signo (11,45-46).
El pueblo que ha
aparecido como un grupo compacto (excepto 11,37) en el episodio, ahora se
divide:
(1)
Unos “viendo” el signo “creyeron” en Jesús (11,45)
(2) Otros fueron a delatar a Jesús ante las autoridades (11,46; no se lee en la liturgia)
(2) Otros fueron a delatar a Jesús ante las autoridades (11,46; no se lee en la liturgia)
De nuevo quedamos, como
lectores del Evangelio, ante la encrucijada en la cual acostumbra colocarnos el
Evangelio de Juan.
En este punto final, el
“creer” retoma los elementos más importantes de todo el itinerario:
(1) Jesús había dicho
desde el principio que la enfermedad –y muerte- de Lázaro eran para la “Gloria
de Dios” y la “Glorificación del Hijo” (11,4). Para el evangelio de Juan esta
“glorificación” ocurrirá plenamente en la Pascua de Jesús; aquí tenemos un
signo anticipatorio que se comprenderá completamente sólo en la resurrección de
Jesús: en la cual no habrá vuelta atrás, la victoria sobre la muerte será total
y definitiva.
(2) El juego de los
equívocos y de las expresiones con doble sentido que van apareciendo a lo largo
del relato pretenden llevar al lector a una comprensión más profunda de los
acontecimientos, a la luz de la fe. La vida de discipulado pide siempre esta
clarificación-iluminación interna.
(3) Jesús va al
encuentro de la muerte, pero no sólo la de Lázaro sino también de la suya. La
resurrección de Lázaro es un anuncio de la muerte de Jesús, quien para dar vida
arriesga la propia. Los discípulos seguirán este mismo camino: “Vayamos también
nosotros a morir con él” (11,16).
(4) El diálogo sucesivo
con las dos hermanas de Betania proporciona una luminosa revelación sobre la
identidad trascendente de Jesús. Enfatizando el “Yo soy” divino (de Éxodo
3,14-15) se proclama abiertamente: “Yo soy la Resurrección” (11,25). Esta vida
plena Jesús la comparte con todo el que “vive” y “cree” en Él (11,26). Él concede
en calidad de “Cristo” e “Hijo de Dios”, “enviado” por el Padre al mundo para
vivificarlo (11,27).
(5) A esta revelación de
Jesús se le responde con una clara e inequívoca confesión de fe, a la manera de
Marta: “Sí, Señor, yo creo que tú eres…” (11,27).
(6) En su oración ante
el sepulcro de Lázaro, Jesús no pide sino que manifiesta ante el mundo su
unidad perfecta con el Padre. El “creer” sumergirá al creyente en esa misma
comunión entre el Padre y del Hijo, por medio del Espíritu, allí donde proviene
y a donde apunta toda vida.
(7) Jesús manda a Lázaro
a “salir” y “ponerse en camino”. Esto mismo ha sucedido previamente con las dos
hermanas de Betania: cada una de ellas, a su manera, ha salido y ha vivido
previamente su resurrección en la fe: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá”
(11,25b). La resurrección de Lázaro en realidad es la conclusión del proceso de
resurrección en la confesión de bautismal que han vivido sus hermanas.
En fin…
Ahora le toca el turno
al lector del evangelio.
Sobre los presupuestos
establecidos en la página evangélica cada uno está invitado a dar un paso hacia
delante en su vida como discípulo del Señor abriéndose al encuentro vivo con
Jesús resucitado, quien hoy, como ayer, sigue viniendo a nuestro encuentro
pascual y eucarísticamente con el don de la vida: su misma vida.
6. Releamos el Evangelio con los Padres de la Iglesia:
6.1. Amemos la vida
que permanece
“Las obras del Señor no
son apenas hechos: también son signos. Y si son signos, más allá del hecho de
ser admirables, ciertamente deben significar algo. Y encontrar el significado
de estos hechos es muchas veces mucho más trabajoso que leerlos o escucharlos.
En cuanto se leía el Evangelio, oíamos admirados la manera como Lázaro volvió a
la vida, como si el espectáculo de este gran milagro sucediese ante nuestros
ojos. Pero si le prestamos atención a las obras de Cristo mucho más
maravillosas que esta, todo aquel que cree resucita. Y si atentamos con
inteligencia con muertes más detestables, todo que aquel que peca muere. Por
tanto, todos temen la muerte de la carne y pocos la del alma. Todos se
preocupan y evitan cuanto pueden la muerte del cuerpo que, antes o después,
vendrá ciertamente. Se esfuerza por no morir el hombre que tiene que morir y no
se esfuerza por no pecar el hombre…
¡Oh, si consiguiéramos despertar a los hombres –y nosotros junto con ellos- para que amemos tanto la vida que permanece como se ama esta vida que pasa!”
(San Agustín, “In Ioannes Ev.” tr. 49,2.3)
¡Oh, si consiguiéramos despertar a los hombres –y nosotros junto con ellos- para que amemos tanto la vida que permanece como se ama esta vida que pasa!”
(San Agustín, “In Ioannes Ev.” tr. 49,2.3)
6.2. Jesús lloró para enseñarle al hombre a llorar
“Lázaro, con cuatro días
de muerto y encerrado en el sepulcro, es el símbolo de un gran pecador. ¿Por
qué razón se conmueve si no es para enseñarte cómo debes conmoverte cuando te
ves oprimido y aplastado por el gran peso de tus pecados?
Te examinaste, te
reconociste culpable y dijiste: cometí este pecado y Dios me perdonó; cometí
aquél y no me castigó; escuché el Evangelio y lo desprecié; fuí bautizado y
recaí en las mismas culpas. ¿Qué hago? ¿Para dónde voy? ¿Cómo podré salir de
esto?
Cuando hablas así, ya
Cristo se conmueve, porque en ti se agita la fe. En la voz de quien clama
aparece la esperanza de quien resucita.
Si dentro de ti hay fe,
dentro de ti está Cristo que se estremece interiormente. Si en nosotros no hay
fe, en nosotros no está Cristo. Es el Apóstol quien lo dice: "Cristo
habita por la fe en nuestros corazones" (Efesios 3,17). Por lo tanto, tu
fe en Cristo es Cristo en tu corazón.
Que se estremezca Cristo
en el corazón del hombre oprimido por el peso inmenso y por el hábito del
pecado, en el corazón del hombre que transgredió el santo Evangelio, que
desprecia las penas eternas: que se estremezca Cristo, que se repruebe el
hombre a sí mismo. Escucha algo más: Cristo lloró. Que el hombre se llore a sí
mismo. De hecho, ¿Por qué motivo lloró Cristo sino para enseñar al hombre a
llorar?”
(San Agustín, “In Ioannes Ev.” 49,19)
(San Agustín, “In Ioannes Ev.” 49,19)
7. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
7.1. En el pasaje
hay un gran énfasis en el camino de la fe. ¿Cómo y por qué Jesús quiere llevar
a la fe (al “creer”) a sus discípulos, a Marta, a María y al pueblo? ¿Qué
relación hay entre el “creer” y el vivir en profunda relación (comunión) con
Jesús?
7.2. El creer es la
base de la resurrección. ¿Por qué el contenido del “creer” en Jesús es el
“vivir auténticamente” (que es lo mismo que “vida en abundancia”? ¿Cómo
entender la promesa más grande de todo el Evangelio: la resurrección?
7.3. El relato nos
invita a ponerle atención a nuestra manera de encarar la muerte:
7.4. La muerte
“duele”. ¿Qué pienso personalmente acerca de la muerte de los otros? ¿Cómo vivo
un funeral?
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